Recorriendo las carreteras del sur de España (este año las vacaciones van a ser locales, no he conseguido convencer a mi chule de salir al extranjero a pesar de todo), mirando por la ventana (mi chule conduce, yo copiloto y admiro el paisaje) y viendo pueblos encaramados en colinas, cercanos a valles, todos de fachadas blancas y tejados de teja roja, calor, mucho calor, el asfalto rezumando el calor que acumula, que ya no cabe más, pocas sombras, poco cobijo, hormigón por todas partes, y sin embargo, observo que hay ciertas incongruencias.
1- ¿Por qué los cementerios mantienen sus árboles (frondosos, de tupida copa, dando cobijo) mientras arrasamos con ellos en el resto del pueblo? ¿Acaso se quejan los muertos de no tener sombra? ¿O se quejan los vivos, en esos paseos a rendir el homenaje que qui´zas (y sólo quizás) no rindieron en vida, de la falta de sombra del cementerio? Hemos arrasado con los árboles en el pueblo para dejar parques de esqueletos artificiales de metal que intentan reemplazar el valor y uso de los árboles (no es el objetivo el mismo, que los niños se suban a ellos como hacíamos nosotros con los árboles de verdad?), bancos sin cobijo y zonas donde el sol, con suprema justicia, vierte sus rayos, calienta, quema.
2- Y si no los hemos quitado ¿Por qué hay tantos árboles en los cementerios? ¿Buenos nutrientes (perdón quién se ofenda, pero tenemos que ser buen nutriente cuando volvemos a la tierra) o son un instrumento de algo superior, una indicación, un camino marcado al cielo (por eso de que no se nos pierdan las almas al salir del cuerpo)? ¿O quizás persiguen el objetivo contrario, anclarnos a la Madre Tierra (γαῖα), devolvernos a lo elemental que somos y reincorporarnos al flujo continuo?
Sea cualquier estupidez, la realidad o el cuento, me sorprende que cada vez que divisamos un pueblo, lo primero que ves, a lo lejos, antes que las iglesias, son los árboles de su cementerio...
Estas vacaciones tienen buena pinta, me puedo dedicar a filosofar sobre estupideces como ésta :)